La caja de los hilos es una gran frontera temporal. Si oíste hablar de ella, si existe en el imaginario colectivo de quien te escucha o lee, si alguna vez oíste el sonido metálico a medio despertar en cualquier siesta del estío, si la llevaste o la trajiste con fiel cuidado, si jugaste a pensar que los ovillos eran bolas de nieve, los carretes las ruedas de un tren de ida y vuelta, y las bobinas columnas de un palacio de nubes de cartón y puertas de franela, entonces y solo entonces, habrás oído hablar de los remiendos, de los huevos de madera para zurcir calcetines, de medir la cinturilla, de agrandar los ojales, de enhébrame la aguja que ya no veo, de me tira la sisa, de remendar, de hacer pespuntes, de tijeras abiertas y de botones.
La caja de los hilos era el salvoconducto para entrar en el cielo de la costura. Era la certeza absoluta de que todo tenía arreglo. Era la realidad hecha de lata. Era de casa, y todo lo de casa era muy tuyo.
Decía Coco Chanel que la moda cambia, pero el estilo perdura.
Pues eso.
Cecilio Amores