A mediados del siglo pasado, los salones privados donde se esconden los volantes y la aguja más selecta de la moda se quedaron boquiabiertos de sopetón: nacía la moda para (casi) todos bajo la denominación de “pret a porter” (listo para llevar). Se pretendía democratizar la Alta Costura y cederle al pueblo llano la posibilidad de creer, porque creer es el primer paso para poder llegar.
Desde entonces hasta hoy, todos y cada uno de los diseñadores, creadores, inventores de cadencias y andares sedosos de la historia reciente de este arte han dejado su impronta “urgente y menos exclusiva” en cada temporada. Todos y cada uno de ellos y de ellas han guardado en su maleta de sueños compartidos trocitos de entretela y bastoncitos de organza y muselina para impactar de lleno en las retinas de los que, sin poder, pueden. De los que aguardan la esperanza de ser sin ser, pero vestidos como si lo fuera: soñar por un instante que la pulcritud de la medida de paso-pasarela puede llegar a todos y todos somos dignos de que nos toque la barita mágica de la luz de flash y pasarela.
La Alta Costura no murió entonces. Y, quizá, no muera nunca. La Alta Costura es un palacio encerrado en sí mismo, una sensación de vida y un grito seco para marcar distancia.
Quien nunca tocó la seda natural, nunca sabrá el valor de esa sensación.
Limpiar la plata no es igual que tenerla.
Pasear es andar con muchísimo más estilo.
“La moda crea una ilusión, es un empeño por sofisticar la realidad” Ana Locking
Cecilio Amores